Me siento en el pasto, apoyo mi espalda en un árbol y cierro los ojos para escuchar como me habla el río. No existe otro pensamiento más que el que me conecta con la naturaleza y sus sonidos, mi alma se carga de energía. Soy unicamente mi yo en escencia. La brisa acaricia acaricia mi cara. Puedo oler los durazneros, los ciruelos y el mimbre. Algo cae suavemente sobre mi cabeza y me saca de este trance maravilloso: una flor de ceibo, roja, brillante, florecida. Es hora de abrir los ojos. La naturaleza, enseña.
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